NORBERTO DE LA RIESTRA "Nuestra Ciudad"

POR MARIA NATALIA CASTELLANI

20.04.2010 16:59

ESTACIÓN DE ERNESTINA

Se encuentra en la localidad de Ernestina, a 2km del Río Salado y a la vera de la ruta provincial 40, a 12km del tramo de la ruta provincial 30 que une las localidades de Roque Pérez y Chivilcoy.

 

 

 

CARTA DE MARIA NATALIA

Fui la última persona que nació en este pueblo, el 24 de octubre de 1978. Mis padres alquilaban una casita cuyo dueño era el Doctor Fernando María Terrizano, el único médico del pueblo, que controlaba el embarazo de mamá y que la atendería en el parto. Las palabras del Doctor fueron: “Susana, te atiendo a vos y cierro la sala de partos, sólo seguiré con mi consultorio”. Desde entonces, comienza mi historia en ese lugar... Ernestina, “un pueblo diminuto, con casitas de bazar, recortado en amplio cielo y deslumbrante trigal”. Allí tuve una infancia envidiable, residí hasta los 17 años, momento en el que decidí irme a vivir a Capital Federal para continuar mis estudios universitarios, ya que esa posibilidad no la tenía en mi querido “Ernestina”.
El pueblo está ubicado en el confín del partido de 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires, a 186 kilómetros de Capital. La estación de ferrocarril “Ernestina” es la primera del partido. En 1852, su propietario Don Enrique G. Keen adquirió estas tierras que estaban invadidas por los indios ranqueles y las convirtió en una zona productiva, dedicándose con todo entusiasmo a las rudas tareas rurales y consiguiendo dominar a los indios que eran el terror de los pobladores. Las tierras vírgenes fueron transformándose en campos muy fértiles a partir del trabajo del arado y la férrea voluntad de este hombre. El Doctor Enrique Agustín Keen, hijo del anterior, fue su propietario desde el año 1885 y continuó la obra, dedicándose a la producción agrícola y ganadera. En 1896 fundó el pueblo “Ernestina”, debido al nombre de su esposa: Ernestina Gandara Casares de Keen.
La historia dice que en 1926, el príncipe de Gales visitó Ernestina, lo que significó todo un acontecimiento. Aún se observan, en algunos sectores, muestras del asfalto de entonces. Los memoriosos sostienen que el asfalto se concretó merced a la visita.
Y así fueron desarrollándose distintas actividades: la apertura del Colegio “Doctor Enrique A. Keen”, con su hermoso teatro dirigido por la congregación de Hermanas, la Escuela Provincial N° 15, el Club Atlético “Ernestina”, el Hotel, la telefónica, la sastrería, la farmacia, el correo, almacenes, bares, peluquería... fue como un avance de la civilización en su triunfo sobre el aborigen, a pocos metros del río Salado, antigua barrera defensiva de los malones.
Hoy es una utopía que se ha conservado con toda la magia, con todo el encanto de principios de siglo, veredas de ladrillo, naranjos y plátanos, bulevares con palmeras, molinetes y un curioso almenado que no se sabe si responde a sueños de antiguos fortines o de castillos. Aquí y allá aparecen toques neogóticos típicos de la época. Hoy todo está quieto, inmóvil; hemos perdido población, optimismo y alegría. El deterioro estructural avanza a pasos agigantados, pero no puedo olvidarme de todo lo vivido allí, de las carreras de bicicleta en la plaza, de las guerras de barro, de escaparme de mi casa para ir a jugar a los galpones llenos de girasol y enterrarme en esas montañas inmensas, de cruzar canales sin mojarnos ya que armando caminos con piedras, de las “chozas” que fabricábamos donde teníamos el quirófano para operar sapos, de investigar las famosas “taperas” (casas abandonadas) y robar las frutas, ya que en esos lugares nunca nos podían ver, las típicas serenatas familiares por las calles en víspera de fiestas, salir a chapotear charcos con botas de goma cuando llovía... así pasé mis mejores años que perdurarán por siempre en mi recuerdo.
Anhelo que mis descendientes conozcan este lugarcito de la provincia de Buenos Aires. Por eso, todos los que lo queremos que recobre vida, que las flores vuelvan a crecer dejando su aroma en el aire, que los bulevares tengan el color y cuidado que merecen, que en la plaza puedan hamacarse los niños hasta volar y sentir la sensación de libertad, que los ancianos sonrían al abrir las ventanas de su casa sin necesidad de percibir el detrimento del pueblo en carne propia...
Hay mucho por hacer y soy una convencida de que con ahínco, dedicación y trabajo todo se logra a corto o largo plazo.
ERNESTINA, te llevo y te llevaré siempre en mi corazón; aunque, como decía mi abuela, “no figuramos ni en el mapa”.

 


 

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